Si nadie tiene el dinero, ¿dónde está?
Nuestros hijos tienen ese conocido juego de mesa llamado Monopoly - seguro que por sus casillas empezaron El Pocero y Jesús Gil-. Cada vez que organizan una partida los billetes de colorines pasan incesantemente de las manos de uno a las del otro y por la banca, que como en la vida real nunca pierde; cuando acaban los guardan en la caja y ahí se los encuentran en la siguiente ocasión en la que deciden volver a jugar. Ahora imagínense que un día, al abrirla, descubren que el dinero no está dentro. Si ninguno de ellos lo ha cogido del juego, ¿cómo es posible que haya desaparecido?.
¿Cómo puede volatilizarse el dinero de un País?, ¿quién lo tiene?. Aquellos que han perdido su empleo está claro que no. Los que conservan su puesto de trabajo afirman estar pasando por un periodo de crisis y recortan al límite sus gastos, o sea, su poder adquisitivo es menor porque en teoría, disponen de menos efectivo que antes.
Las empresas, pequeñas, medianas y grandes, cierran o deciden despidos masivos, bajan su producción, eliminan turnos y en muchos casos, llevan a cabo recortes salariales. Los bancos aseguran estar viviendo una situación económica delicada, sostienen que su capital se ha visto mermado y que lo están pasando mal (esto no es ninguna broma, lo hemos oído).
No escuchamos a nadie decir que está mejor que antes y ni tan siquiera igual. Entonces, si todos son más menesterosos o menos pudientes, ¿dónde diantres está el dinero?, ¿lo han quemado?, ¿han hecho barquitos de papel con él y navega por el Atlántico?, ¿lo utiliza de relleno Ana Obregón?. No entendemos nada.
Nos da la impresión de que hay unos cuantos comercios que no flaquean y que siguen teniendo clientela. Hablamos de oídas porque son tiendas de productos suntuarios, de esas que ocupan las llamadas "millas de oro" y no las frecuentamos por falta de tiempo, pero probablemente los que continúan dejándose euros en ellas y a juzgar por el tipo de productos que adquieren, deben de ser a su vez propietarios de grandes empresas o de negocios muy boyantes.
Esos no son menos ricos que hace un tiempo, pero luego se presentan con gesto compungido delante de sus trabajadores y les dicen en tono severo que debido a la coyuntura actual, a la crisis, a la recesión y a un señor que pasaba por Tegucigalpa, se ven en la penosa obligación de realizar un ERE y echar a la calle a media plantilla. Una vez cumplido el trámite, el desolado empresario se monta en su deportivo recién comprado y se va camino de su villa con campo de golf y vistas al embarcadero donde amarra el yate, pensando en qué modelo de reactor ejecutivo se va a comprar con lo que acaba de ahorrarse en futuros sueldos.
El obrero se pasa toda su vida siendo un elemento prescindible dentro del proceso de producción, recibiendo a cambio poco más de lo que le hace falta para cubrir sus necesidades vitales y la de los suyos, a veces ni eso. Tal situación que roza la precariedad puede llevarle un día a querer obtener algo más. Él sabe que su trabajo proporciona mucho dinero a su jefe y claro, acáso llegue un momento en el que se le pase por la cabeza la idea de pedirle mayores ingresos, con la intención de poder permitirse elevar un poco su nivel de vida o al menos, dejar de pagar las letras del coche con recargo por demora.
El patrón es consciente de esa amenaza, no en vano lleva mucho tiempo disfrutando de la abundancia gracias a la escasez a la que obliga a sus empleados. Y quien dice un empresario dice el sistema bancario o el Estado, porque todos se caracterizan por escatimar al ciudadano lo que entre ellos se reparten a espuertas. De ahí su sectarismo y defensa mosquetera, con el "todos contra uno: el trabajador", y por eso las ayudas para paliar la situación las deciden en pequeño comité y, qué casualidad, ellos son los perceptores. Y nosotros con cara de abadejos, mientras escuchamos su discurso populista en el que nos transmiten que están realmente preocupados: "Tranquilos ciudadanos, que le vamos a dar mil millones al Sr. Botín para que os los haga llegar...".
¿Y cómo enfrentarse a ese riesgo de que el proletariado se canse de administrar las sobras y exija un reparto más justo?. Pues sin duda lo mejor es explicarles que no hay nada que repartir. De un plumazo, desde la cúspide de la pirámide social hasta la base, todos están al borde de la ruina. Así que para qué reclamar una mejor distribución de los bienes si estos se han esfumado. Eliminada la tentación queda descartado el peligro.
Los parados se callan y esperan, esperan, esperan... Los que están trabajando consienten y rezan por no perder lo que tienen; los pequeños comerciantes y empresarios humildes abren el cierre de su negocio cada día pensando: "¿entrarán hoy más clientes que acreedores?", y los otros, los que desayunan ostras con cava, los que tienen cuatro coches, tres motos y un quad en su garaje, casa de invierno, chalet de verano y residencia de fin de semana, los que viajan en primera clase, esquían en Baqueira y jamás se lanzan a las ofertas de un Hipermercado, esos seguirán con su ritmo de vida pero lo harán un poco más a hurtadillas, que queda feo decir que te ves en la obligación de arrojar al desempleo a un centenar de trabajadores, o que tu entidad bancaria no puede conceder un préstamo personal de seis mil euros por culpa de la crisis, mientras los perjudicados ven como te comes una cazuela de angulas y desde el móvil reservas unos pasajes para las Islas Mauricio. Allí también habrá recesión suponemos, porque nos están explicando que esto es a escala mundial. La cosa es mucho más grave entonces, no es que en España el dinero no aparezca por ningún lado, es que al parecer no saben dónde han puesto el de todo el Planeta.
Pues eso, que los billetes del Monopoly de nuestros hijos no se habían evaporado, se los hemos escondido nosotros, que para algo somos sus padres, con la intención de que jueguen menos y estudien más. El dinero de este País sigue estando en manos de los mismos que lo tenían hace dos años o una década, pero si se les interpela ponen la misma cara de jugador de póker que nosotros ante las preguntas de los niños. Y es que para qué decirles la verdad y confesarles que es una medida de coacción, si de este modo se lo van a creer y vamos a conseguir lo que queremos de ellos: que se callen y obedezcan.
Es tan fácil abortar cualquier conato de protesta valiéndose de engaños y lograr que todo siga igual. Lo difícil es asumir que nos seguimos tragando sus embustes y si no es así, actuamos como si nos los creyésemos, que para el caso es lo mismo
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