Pancartas
Tomás Hernández. Costadigital
Ayer, domingo, bajo las calles empapeladas de pancartas y carteles electorales, cinco mil personas recorrieron pacíficamente algunas calles de Granada. Quince mil lo hacían a la misma ahora en Madrid, y algunas más en otras ciudades. Las manifestaciones (manu festare, ‘enseñar las manos’), de cuya convocatoria hablaron poco los medios de comunicación, eran un rechazo, una indignación social precisamente contra aquellos que exhibían sus rostros más asequibles en los carteles de publicidad preelectoral.
Su petición, su exigencia, era unánime y única: ‘Democracia real ya’. No me gustan los adjetivos aplicados a la palabra democracia. Quizá por el resabio de una dictadura que asesinaba y encarcelaba en nombre de una supuesta ‘democracia orgánica’. Me gusta la palabra democracia desnuda y pura, como a JRJ la poesía. Sin matices ni trampas. Democracia y no este populismo de trampantojo. (Trampantojo: Trampa o ilusión con que se engaña a alguien haciéndole ver lo que no es).
El que ayer coincidieran en unas mismas calles de algunas ciudades españolas, estas protestas y los carteles de los políticos a la espera del voto que los lleve, o los mantenga otros cuatro años en el poder, es una coincidencia significativa. La manifestación expresaba su hartazgo de aquellos cuyos rostros colgaban de las banderolas, de sus siglas coaligadas para mantener un bipartidismo indecente, bien amarrado con una ley electoral a todas luces injusta y desproporcionada, pero que ninguno de los dos partidos (PP y PSOE, PSOE y PP) tienen agallas de tocar, silenciando así la verdadera voluntad de los electores con trucos estadísticos.
Los manifestantes pedían, piden, pedimos, que la crisis la paguen quienes la trajeron mientras se enriquecían aumentando escandalosamente el coste de los pisos, mientras especulaban con nuestros ahorros en juegos arriesgados o abiertamente fraudulentos, y los gobiernos que permitieron, e incluso alentaban, estas estafas.
Las manos expuestas ayer en muchas calles de muchas ciudades, decían, en su indefenso silencio, que el hambre de ahora no es una maldición de los dioses, sino el resultado de una voraz y avariciosa gestión de unos hombres, pocos pero con todo el poder, contra otros, muchos, que depositan su confianza en manos de unos políticos a los que empiezan a considerar, con el peligro que esa idea implica, como unos incompetentes, que se venden con facilidad, y por los que se sienten abandonados. Eso decían ayer esas manos silenciosas debajo de los rostros tan amables y sonrientes de las pancartas.
En 1943 el escritor norteamericano Ezra Pound mandó imprimir unos carteles en colores que él mismo iba pegando por las paredes de la ciudad italiana de Rapallo. En ellos escribió un idea leída en Confucio: ‘El tesoro de una nación es su honradez’.
Se ve que nuestros políticos han leído poco a Confucio, ni tan siquiera a Pound.
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