Irene Zoe Alameda o cómo pegarse la gran vida a costa del erario público
La tal Martin había escrito artículos sobre lo divino y lo humano para la fundación socialista que pusiera en marcha el ex presidente del gobierno José Luis Rodríguez Zapatero. Por cada uno de estos artículos, catorce en total, su autora se embolsaba la nada despreciable cifra de 3000 euros, el mismo precio que si hubiesen sido escritos, nada más y nada menos que por el ganador de un premio Nobel, es decir, la Fundación Ideas estaba pagando por el mejor jamón de pata negra a cambio de mortadela de mala calidad.
En un primer momento se sospechó que la tal Amy Martin era un pseudónimo bajo el que se escondía el propio director de la Fundación para quedarse con la pasta, pero al día siguiente se hizo pública la verdadera identidad de la persona que se escondía bajo el nombre anglosajón. Y esa persona no era otra que Irene Zoe Alameda, compañera sentimental del propio Mulas, escritora, cineasta, cantante y compositora, ex directora del Instituto Cervantes en Estocolmo, y sobre todo, una mujer con la cara más dura que el cemento, cuya especialidad, sin duda, ha sido pegarse la gran vida a costa del erario público.
La primera vez que escuché el nombre de Irene Zoe Alameda fue allá por el año dos mil cuatro, y fue, ay, bien lo recuerdo, en el desaparecido programa de televisión “Estravagario” que dirigía y presentaba Javier Rioyo, aquel sociata de pro. La escritora madrileña acababa de publicar su primera novela, nada más y nade menos que en la editorial Seix Barral, titulada Sueños itinerantes. También recuerdo que la entrevistaron y la presentaron como la gran esperanza blanca de la literatura española. Y recuerdo, oh, cómo olvidarlo, que aquel libro, no sé muy bien cómo ni por qué, llegó a mis manos y que lo intenté leer y que me pareció una mierda como una plaza de toros y que no pude pasar de las primeras páginas. Y después de aquello, la tal Irene Zoe quedó sepultada en esa parte de mi cerebro en la que se archivan las miserias, las desgracias y la basura. Y allí permaneció hasta ayer, cuando volví a escuchar su nombre, esta vez, relacionado con un sonado caso de ¿tomadura de pelo?, ¿estafa?, ¿nuevo caso de corrupción? Evidentemente todo apunta a que estamos ante un caso de cara dura sin límites, pues Irene Zoe Alameda, esposa o ex esposa de Carlos Mulas, se ha embolsado, entre pitos y flautas, en subvenciones públicas en los dos últimos años casi trescientos mil euros, según informaba hoy mismo Antena3 Televisión.
Ahora, Zoe Alameda nos quiere hacer creer que todo ha sido un juego literario lleno de sutileza y ambigüedad, y de que tanto ella como Mulas son dos personas honradas. Pero no nos lo tragamos. Está claro que entre ella y su marido tenían un plan para conseguir un buen pellizco todos los meses, y está claro que durante un par de años, ese plan ha funcionado a las mil maravillas. Hasta que los han pillado metiendo la manita en el cajón.
En mi opinión, lo más perverso de todo esto no es que esta individua haya estado viviendo de puta madre a costa de todos nosotros, que lo es; ni que la nombraran directora del Instituto Cervantes sin merecerlo y sin demostrar ninguna valía intelectual para ello, simplemente por tener los contactos idóneos (Carmen Caffarel debería dar algún tipo de explicación), que también lo es; ni que una vez más nos tomen por imbéciles y se rían en nuestra puta cara de todos nosotros, que también, por supuesto lo es. Lo más perverso es este sistema en sí mismo. Un sistema que permite que exista todo un entramado de subvenciones públicas que posibilitan los chanchullos sin ningún tipo de control, promocionando a mediocres como nuestra querida Irene Zoe Alameda, en el que participan intelectuales de toda condición y pelaje, y que mueve miles de euros sin ningún tipo de control. Eso es lo que realmente me da ganas de vomitar.
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