El ruido y la furia
Tomás Hernández. Costa Digital
Es en el ‘Rey Lear’, creo, donde dice Shakespeare que la vida del hombre es como un escenario lleno de ruido y de furia por donde pasa un loco cantando. Algo así dice el maestro Guillermo. De ese pasaje tomó el otro Guillermo, Faulkner, el título de una de sus más conocidas y mejores novelas, ‘El ruido y la furia’.
Recordaba ese título esta mañana mientras oía por la radio (y en la cama), la agria disputa entre Cristina Cifuentes, delegada del Gobierno en Madrid, y una Asociación en contra de los desahucios.
La delegada Cifuentes además de hablar errónea y quizá malintencionadamente de una estrambótica connivencia entre esta Asociación y ETA, atacaba con igual dureza las caceloradas y manifestaciones ruidosas en las puertas del domicilio de algunos políticos.
Decía la delegada que en esas casas vivían niños que estaban siendo víctimas inocentes de un acoso que no podían comprender. Y cómo no estar de acuerdo y sentirnos solidarios y compasivos con el dolor del inocente, y por tanto, con la condena de la delegada Cristina Cifuentes. Y entonces sientes crecer la furia de esa manera con la que a veces experimentamos un sentimiento o una fascinación. Una furia en forma de pregunta, de grito: ‘¿Y en las casas de los desahuciados no hay niños?’. Sería fácil y truculento entrar en una relación comparativa entre ambas situaciones: el malestar del ruido y la furia del desahucio. Pero todos hemos visto la algarabía de las caceloradas y la desolación de la imagen de un colchón enrollado en la puerta de una casa precintada. Y a los mismos niños inocentes.
No me gusta el ruido, ni la furia, pero comparto la de estos desahuciados que enseñan sus manos llenas de ruido, que es lo único que les queda.
Por cierto, como era la primera vez que oía la palabra ‘escrache’ la tomé por palabra francesa o inglesa. Pero no, es uruguaya y argentina y tiene dos acepciones: ‘Romper, destruir, aplastar’; y ‘fotografiar a una persona’. El DRAE da sólo el verbo, escrachar, pero no el sustantivo ‘escrache’.
Romper, destruir, aplastar es algo que no se ha hecho en los ‘escraches’. Se les acusa de que además de alborotar y señalar con el grito (¿fotografiar?) a quienes creen culpables, transgreden con sus protestas públicas el derecho a la intimidad del denunciado y de sus vecinos. Pero es que a ellos ya no les va quedando ni intimidad que malvender y, además, serán deudores de por vida por la aplicación de una ley depravada e injusta que muchos de los diputados consienten y de la que son cómplices, sin que el espanto o el temor rompa sus sueños.
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