Tibet, democracia y Dalai Lama
Zang Yanping
A fin de otorgar al 14º Dalai-Lama una apariencia de respetabilidad, su banda lo presenta como un “representante de la democracia”, pretendiendo que “la democracia ha sido siempre su ideal” y que “ promociona la democracia entre los tibetanos en el exilio”. Todo el mundo sabe que la sociedad humana pasa por tres fases de evolución: teocracia, monarquía y derechos cívicos. Es simplemente ridículo, como mínimo extraño, definir al Dalai-Lama, este símbolo vivo de la teocracia, como un “combatiente de la democracia”.
¿Qué ocurrió realmente en el Tibet, antes de 1959, cuando era gobernado por este Dalai-Lama que pretende que la democracia es su ideal? Antes de 1959, las tierras y los habitantes del Tibet no eran más que feudos de las instituciones de los gobiernos, monasterios y nobles tibetanos locales, es decir, las tres categorías principales de propietarios que apoyaban la servitud feudal tibetana. Constituían menos del 5% de la población total del Tibet. Estas tres categorías principales de propietarios poseían prácticamente la totalidad de las tierras cosechables, de las llanuras, de los bosques, de las montañas, de los recursos acuíferos y del ganado. No sólo estaban habilitados para explotar a sus siervos de manera vampírica, sino que también ejercían un poder de dominio.
Los siervos y los esclavos, que representaban el 95% de la población del Tibet, no disponían de ningún derecho fundamental del hombre y no tenían ninguna libertad. Desde su nacimiento, los siervos pertenecían a un propietario. Su existencia, su muerte y su matrimonio dependían de la voluntad de su propietario. Tratados como ganado, los siervos podían ser vendidos, comprados, transferidos, propuestos como dote, ofrecidos a título de gracia por otros propietarios de siervos, utilizados para apurar deudas o intercambiados por otros siervos. A fin de proteger sus propios intereses, los propietarios feudales de siervos mantenían un sistema social jerárquico y estricto a la vez que ejercían un poder cruel. Los Códigos trece y dieciséis, que fueron utilizados hasta finales de los cincuenta, estipulaban claramente el precio de la vida de las diversas categorías sociales (que iba desde personas que no valían mas que un vulgar cordaje de paja a otras que valían más caras que el oro). Los gobiernos locales estaban dotados de tribunales y de cárceles, y los grandes monasterios, al igual que los nobles, tenían también su propias prisiones. Bajo esta dictadura cruel, los siervos que osaban rebelarse eran perseguidos según la voluntad de sus señores.
Frecuentemente, eran insultados y abatidos o debían afrontar incluso castigos de una destacada violencia: por ejemplo, se les arrancaban los ojos, se les cortaba la lengua o las orejas, las manos o los pies, se les arrancaban los tendones, a no ser que fuesen ahogados o echados al vacío desde la cima de un acantilado. Las tres principales ordenes de propietarios obligaban a los siervos a realizar toda una serie de tareas y a pagar un alquiler. Los siervos no sólo tenían que garantizar las faenas para las distintas instituciones de los gobiernos locales, los funcionarios y el ejército, sino que además debían trabajar sin recibir ningún salario en el mantenimiento de las cosechas y del ganado en beneficio de sus señores, a la vez que pagaban diversos impuestos. Algunos debían también pagar impuestos y realizar tareas en beneficio de los monasterios.
Estadísticas han demostrado que los impuestos recolectados por los gobiernos locales del Tibet estaban clasificados en más de doscientas categorías y que los trabajos asumidos por los siervos al servicio de las tres órdenes principales de propietarios representaba más del 50% de su trabajo, alcanzando incluso al 70 y 80% en algunos lugares. Los tres órdenes de propietarios que dirigían el antiguo Tibet vivían principalmente en las aglomeraciones o en las ciudades como Lhassa. Estaban estrechamente ligadas por intereses comunes. Sus miembros – los funcionarios, los nobles y los monjes superiores de los monasterios – cambiaban a veces de rol para formar las bandas dirigentes poderosas o para decidir los matrimonios entre clanes del mismo rango social con el objetivo de consolidar sus alianzas.
También observaban una regla estricta que estipulaba que las personas de rango elevado debían ser tratados de manera diferente, lo que, tanto en el ámbito ético como en la realidad, consolidaba los privilegios y los intereses de los propietarios de los siervos. Los descendientes de los nobles seguían siendo nobles hasta el final de sus días, pero los siervos, que constituían la mayor parte de la población tibetana, no podían nunca salir de su miserable condición política, económica y social. El elevado grado de concentración de poder y la imposibilidad de pasar de una clase social a otra, iban a llevar directamente a la corrupción y a la degeneración de la case dirigente así como a la estancación y a la decadencia del conjunto del sistema social.
La integración de la política y de la religión constituían el fundamento de la servitud feudal del Tibet. Bajo un tal sistema, la religión no era sólo una creencia espiritual sino también una entidad política y económica. En los monasterios, que también se beneficiaban de los privilegios feudales, también existía opresión y explotación. El despotismo cultural reinante bajo esta estructura sociopolítica teocrática no permitía que el pueblo pudiese escoger su propia creencia religiosa, impidiendo una verdadera libertad religiosa. Los siervos no tenían ningún derecho humano, ni siquiera el más elemental, y vivían en la indigencia más extrema. Una décima parte de los jóvenes tibetanos entraban en el monasterio para convertirse en monjes. Al ser impedidos de la producción material y de la reproducción humana, los monjes llevaron esta región a una depresión económica y al declive de la población del Tibet. Con este avasallamiento espiritual y la promesa de la beatitud en una vida ulterior, el grupo privilegiado de monjes y de nobles no sólo privaba a los siervos de su libertad física, sino también de su libertad espiritual.
El Dalai Lama, en esa época principal representante de la servitud feudal tibetana y jefe del gobierno local tibetano, nunca se estorbó de “democracia” o de “derechos humanos”. De hecho, es por el temor a las reformas democráticas que el 14º Dalai Lama y su banda en el poder desencadenaron la rebelión armada en 1959 y ganaron el exilio tras su fracaso. Tras su fuga en el extranjero, la banda del Dalai-Lama siempre mantuvo el marco político de base de la integración de la política y la religión. Según lo que llama “constitución” tibetana, el Dalai-Lama, en tanto que principal figura religiosa, no sólo ejerce la función de “Jefe de Estado y de Gobierno”, sino que también tiene la última palabra sobre todas las principales cuestiones a las que se ve confrontado su “Gobierno en el exilio”.
Un interesante fenómeno, es que los hermanos y las hermanas del 14º Dalai-Lama han ocupado sucesivamente puestos claves de este “Gobierno en el exilio”, dirigido por su hermano, encargándose así de los departamentos más importantes. Cinco miembros de la familia del Dalai-Lama han sido « bkha’ blon superiores » o « bkha’ blon » (funcionarios de muy alto rango de los gobiernos tibetanos locales del antiguo régimen). La familia del Dalai-Lama y varios familiares controlan el poder político, económico, educacional y militar del “Gobierno en el exilio”, así como sus principales circuitos financieros. Parece ser que, estos últimos años, empiezan a seguir los ejemplos occidentales organizando “elecciones democráticas” y adoptando “la separación de poderes” pero, en realidad, el Dalai-Lama siempre tiene la última palabra, su “Gobierno en el exilio” está todavía estrechamente ligado a la religión y a la función del « bkha’ blon supérieur » que sólo puede ser ejercido por monjes. Poco importa pues la manera en la que la banda del Dalai-Lama se dote de ornamentos democráticos porque, en realidad, constituye todavía una estructura política teocrática y una coalición de monjes y nobles de rango superior.
¿Es posible la “democracia” bajo el poder de una estructura política teocrática formada por monjes y nobles? Hace tiempo que el Tibet y otros elementos de la comunidad tibetana en China han realizado la separación entre política y religión, llevando a cabo reformas democráticas e implantando gobiernos regionales autónomos, comprometidos con la construcción política y democrática del socialismo. Contrastándolo con esta realidad, el discurso vacío sobre la democracia que nos presenta el DalaiLama y sus partidarios internacionales sólo constituye la apariencia barata que exhibe para abusar del público.
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