Sí, señoría, pero... [Carta abierta a Alfredo Pérez Rubalcaba]
Tomás Hernández. Costa Digital
Supe de usted, señoría, hace muchos años, medio siglo ya, o sea, cincuenta años, cuando usted iba para figura del atletismo español y yo acababa bachillerato en un instituto de Jaén.
En la Residencia Blume de Madrid tuvimos un amigo común. Mi amigo, que quería ser arquitecto por aquel entonces, acabó en poeta, viajero y profesor de literatura en algunas universidades del ancho mundo; usted fue, es, profesor de química y persona importante de nuestra historia reciente.
Esta mañana, mientras lo escuchaba a usted hablar en la tribuna de oradores del Congreso, recordé, con tristeza, aquellos lejanos años. Tristeza no por “le temps perdu”, sino por su discurso y por la manera en la que al parecer va a rematar usted su carrera política. Ya sabe, mejor que nadie quizá, que en el poder son muchos los amigos; en el “despoder” las plantas de la amistad languidecen.
Decía usted esta mañana que su espíritu y el de su partido eran de convicción republicana, pero... Sonaba como aquello de: “Yo no soy racista, pero...” Ya sé que no es lo mismo, por supuesto, pero sonaba mal.
Ese “pero...”, señor Rubalcaba, si me permite que use la forma en que suelen referirse a usted, es el motivo de mis palabras.
Porque lo que piden algunos españoles, yo, modestamente, entre otros millones más, no es la toma de la Bastilla, ni el derrocamiento de la Corona, ni sacarle brillo a la guillotina, ni quemar iglesias, ni la aniquilación de ninguna familia, real o no. Lo que piden es que se les pregunte si quieren vivir en un país donde la máxima representación del Estado se herede, o se elija cada cuatro, cinco o seis años.
Pero... usted argumentaba ayer en la sede de su partido y esta mañana en el Parlamento, que no es ahora momento para decidir entre monarquía o república. Rajoy dijo lo mismo, de forma más burocrática afirmó que ese asunto, monarquía o república, no figuraba en el orden del día. Usted y Rajoy volvían a coincidir una vez más, señor Pérez Rubalcaba.
No sé si se quedó usted a escuchar las palabras de Cayo Lara, o si se fue a tomar un café, como recomendaba jocosamente el presidente de la Cámara.
El congresista Lara le recordaba a usted que a lo mejor ese momento que ahora no considera oportuno tratar, le estalle algún día entre las manos. Algo así fueron sus palabras.
Aunque resulte paradójico el espíritu republicano y su voto de esta mañana, yo, y supongo que otras muchas personas, lo entendemos. Porque, sobre todas las cosas, usted ha demostrado ser una persona inteligente y de buenas maneras. Y en efecto, no se votaba hoy la elección entre república o monarquía. Hoy, algunos representantes de algunos ciudadanos pedían una moratoria, un tiempo muerto para que antes de aceptar la abdicación decidiéramos nuestra forma de Estado para el futuro. Probablemente, casi con toda seguridad, habrían ganado ese referendum usted y quienes con usted votaron. Con toda seguridad, ese probable “sí” en las urnas a favor de la monarquía habría legitimado sus derechos por bastante tiempo.
¿Cuál es su “pero...” entonces?
Deseo que ese orden del día del que hablaba el presidente del gobierno con espíritu burocrático, el momento inapropiado que usted no quiso considerar, no forme parte algún día de los fantasmas de nuestro futuro. Los republicanos querrán república; los independentistas, un país independiente, los monárquicos, un reino. Y eso no se arregla con un Orden del Día, ni eligen los ríos el momento oportuno para desbordarse.
Usted fue un destacado velocista de los 100 metros lisos, como nuestro común amigo. Durante años ha sido usted un político imprescindible. Esta mañana, oyendo sus palabras, quizá de despedida, pensé, con tristeza, en aquel atleta adolescente, en “la materia de que están hechos los sueños”.
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